El primer Papa latinoamericano y el primer jesuita en el
cargo ya impuso su forma de ser. Directo, sonriente, firme y alejado de la
ostentación, está cautivando al mundo por representar a una iglesia fresca y
más cercana a sus fieles. Por eso, su primera visita internacional es
particularmente importante, pues se encuentra en una de las naciones más
liberales del mundo, donde juventud y pobreza hacen una combinación
sociológicamente pesada para la comprensión de la realidad actual. Esa
combinación social motiva el esfuerzo de seguridad que hacen las autoridades
brasileñas, quienes sufrieron una crisis de ansiedad, en la jornada inicial del
viaje cuando el Santo Padre viajó desde el aeropuerto hacia la ciudad en un
pequeño automóvil, sin blindaje y casi sin escolta; la multitud lo hizo
desplazarse lentamente y un error del conductor lo condujo a un atasco entre el
tráfico normal. Nada, sin embargo, turba al sonriente Papa, que estableció un
fuerte y muy personal contacto con la gente.
Así que desde el inicio el viaje papal tiene rasgos sui
géneris. Está concentrando su mensaje en la juventud, la que llama “ventanal
por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos”.
Es a los jóvenes del mundo, de Latinoamérica y especialmente a los brasileños,
a quienes ofrece el abrazo de Cristo para encontrarse en este mundo que no le
está dando a la juventud las respuestas que merece.
El Pontífice clama por la educación, valores y seguridad que
den a las nuevas generaciones una razón para vivir y le aseguren un horizonte
trascendente “para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien” y
le dejen en herencia un mundo que corresponda “a la medida de la vida humana”
citaron ayer las agencias internacionales al reportar el inicio de la visita.
“La juventud del momento está en crisis”, dijo el Papa,
quien hace una observación de validez casi universal: “Esta gente que está
fuera del mercado laboral incluso está afectada por una cultura donde cualquier
cosa es dispensable. Tenemos que parar este hábito de expulsar las cosas”.
“Necesitamos una cultura de la inclusión”, señaló en su primera jornada en
Brasil. Es el rigor espiritual jesuita del Papa, que encuentra en esta visita
un canal idóneo para clamar por un esfuerzo social para sacar del abandono a
los jóvenes.
Y con razón, los ojos del papa Francisco apuntan a este
objetivo, pues en todo el continente, y en casi todo el mundo, la sociedad se
ha concentrado en temas materiales y observa el futuro inmediato, olvidando
atender y formar las nuevas generaciones. Esa es una de las causas de la
violencia, tan abrasadora en Brasil como en Guatemala.
Impresiona su papel como portador de esperanza, como
observador ecuánime y como líder contemporáneo indiscutible. Agudo y preciso,
podemos decirlo con certeza tras sus primeras palabras: es el Papa de los
jóvenes.
JULIO LIGORRíA CARBALLIDO
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